Nunca he comprendido muy bien por qué existen personas que no sienten amor por los animales y cómo es que algunos sienten repulsión por ellos, especialmente los gatos.
Hay países, especialmente en Europa, en donde un gatito es la mascota preferida, por encima de los perros.
A mi me gustan todos los animales pero algunos los veo con cierta distancia, porque son muy destructivos o hediondos, como los perros y los hurones. Si no olieran tan feo y respetaran el baño, creo que también estarían como parte de mi familia.
Los gatos, sin embargo, siempre huelen bien. Cuando toman sol por las mañanas uno puede olerles el pelaje y tienen -literalmente- "olorcito a sol". Son cariñosos, preocupados de los humanos y muy querendones entre ellos cuando viven juntos. Hoy tengo seis, luego que hace tres meses partiera uno de mis regalones, Sam.
Un gato, así como cualquier otro animal no humano, es considerado por nuestra aberrante legislación como un bien mueble "semoviente", esto es, una cosa que es capaz de moverse por sí misma. Esta es su realidad en Chile. Son "cosas" y -como tales- tienen un dueño que puede usar gozar y disponer de él. La crueldad hacia ellos es, por lo tanto, casi promovida. No lo concibo.
No entiendo cómo es posible (salvo por los afanes economicistas de transformar la carne en el alimento primordial del ser humano) que no se respeten sus derechos. Ellos ciertamente piensan, tienen sentimientos, tienen vida.
Para ejemplificar un poco esto, les contaré brevemente acerca de mis gatitos. Los mayores son Martín y Sofía. Ellos son hermanos y tienen seis años de edad. Siempre fueron muy juguetones, cariñosos y apegados a nosotros. Cuando mi mamá ya estaba grave, Martín llegaba todas las noches puntualmente a las 9 pm, se acomodaba sobre el pecho de mi madre y le ronroneaba sin parar durante exactos veinte minutos. Para los que ignoran estos detalles, el ronroneo funciona como una mini bomba de cobalto. En otras palabras, él le practicaba radioterapia. Cuando mi madre murió, la Sophie llegaba corriendo al celular cada vez que sonaba, porque se acostumbró, cuando mi mamá estaba hospitalizada, a escucharla y ronronearle al teléfono.
Ya más tarde, llegó mi Sam. Llegó de la calle y no se fue más. Era muy amoroso y temeroso. Seis meses después de intalarse en mi casa, se cruzó con la Sophie. Vio nacer a sus hijas. Se quedó pegado mirando cada uno de los partos. Las protegía del Martín, quien al principio se puso celoso porque su hermana no lo pescaba ni en bajada. Las defendía incluso permitiendo golpes, de los que antes solía arrancar.
La Sophie, por su parte, amamantó a sus tres niñas durante un año y medio. Nunca lo había visto pero ellas se chupaban el dedito gordo de su mano igual como hacen los bebés humanos.
En eso, me encontré a la Cleo arriba de un árbol en Avda. Santa María. Ella es muy mimosa y cuando llegó a la casa aún no le salían ni los dientes de leche. Sophie trató de amamantarla pero ella se resistió. Dudo que haya sabido siquiera lo que era eso. Las tres niñas: Blanquita, Lupita y Lunita la recibieron como una hermana más.
Todos jugaban juntos, se lavaban mutuamente (cosa que siguen haciendo) y es un espectáculo hermoso de cariño y preocupación.
La Blanquita era y sigue siendo la regalona de mi hermano. Cuando él se casó y se fue de la casa, a ella le corrían lágrimas por sus ojitos. No es habitual, raramente se puede ver un animalito llorar.
La Lupita me adoptó como madre sustituta cuando su mamá ya no la amamantó más. Ella es muy tímida y jamás ha salido siquiera al jardín. Lunita es cuento aparte. Su tío Martín es su modelo a seguir y es su mono menor: lo imita en todo, la forma de dormir, los juegos, la habilidad de trepar a los humanos, los lugares para su siesta. En este preciso momento están durmiendo juntos, "chic to chic".
La Cleo es lejos la más juguetona y habladora. Todo lo conversa e invita los demás a jugar con ella.
Ninguno de ellos muerde ni rasguña. Cada uno tiene una personalidad muy definida pero se caracterizan en que son todos querendones.
Tienen tres baños que limpio constantemente, porque si están sucios prefieren aguantarse las ganas. Les gusta el agua bien fresca y que les hagan mucho cariño.
Son hermosos, son mis niños y una de mis razones para vivir.