

Ayer por la tarde me dediqué a jardinear. No sé muy bien por cuanto rato pero fue un tiempo bien laaaargo cortando hojas, ramas, podando como si fuera "Fulerita Dedos Verdes". Es que el antejardín parecía selva tropical y le hacía falta su "manito de gato". Para ser más bien pequeño, hay mucho qué hacer, porque a mi madre le encantaban las plantas y convirtió ese pedacito de tierra en un real invernadero en donde hay prácticamente de todo: Hibiscos, rosas, laurel de flor, calas, menta, un dafne, otra cosa muy frondosa que cuido sin saber su nombre, ruda, maleza, tréboles y varios etcéteras también desconocidos para mi.
Como detesto usar guantes, pues hice todo el trabajo a manos descubiertas, motivo por el cual tengo en cada dedo al menos un par de espinas y un músculo de la mano derecha medio reventado. Pero ésa es la parte linda. Ocurre que cuando ya llevaba al menos una hora en esos menesteres, uno de mis gatitos se fue a "pastar" al jardín vecino y casi se lo come un perro desconocido por nosotros.
Ante la emergencia, dejé las tijeras a un lado y ¡Zas! que me encuentro con el dedo índice convertido en una masa amorfa y con la piel colgando, bajo la cual se podía ver (y aún se ve) la carne viva. Yo pensé que me dolía por la fuerza que significa cortar tanta rama gruesa pero jamás se me ocurrió que bajo las tijeras estuviera quedando la mansa cagadita.
Demás está decir que ahora parezco un personaje más de "los invasores", con un dedo parado y sin movimiento.
Me queda, sin embargo, la tranquilidad de ver las plantitas más ordenaditas y no tener que salir de la casa esquivando lianas o lo que es peor, salir tan apurada que no esquivo nada y me mando feroz tajo con las espinas del rosal.
Y mi gatito anda medio choqueado pensando en las fauces del perro vecino. Tanto, que hoy ni siquiera ha maullado para salir a dar su paseo vespertino.
En fin: me duele el dedo!!!