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19 de diciembre de 2008

Obvio

De obviedad absoluta: ya no estoy pensando en morir (que si seguía por ese caminito, estaría 10 metros bajo el nivel del resto de los santiaguinos).
Ahora más bien estoy pensando en cómo vivir, porque dejarme llevar es cómodo pero desgastante a la vez.
Hacer o tratar de lograr aquello que los demás esperan de mi me tiene con los nervios crispados.
El problema es que me acostumbré a funcionar de esta forma enfermiza y ahora ya no sé cómo zafarme del embrollo en que solita me metí. Claro, porque ahora ya no es tan simple como llegar y espetar que estoy cabreada; mal que mal, fui yo misma quien acostumbró a mi entorno a funcionar así también. Finalmente, es una maligna retroalimentación.
Pensar que me ha llevado 36 años para llegar a esta conclusión tan simple. Y claro que la conclusión es sencillísima y por supuesto que no la vi antes, porque estoy en el ojo del huracán.
Lo complicado ahora es empezar a actuar y conducirme, sin dejar que otros decidan por mi o me lleven por el camino que crean más adecuado para mi.

En fin, sigo echando de menos a mi mamá y su regazo tranquilizante (Aunque la vieja igual tuvo sus culpas en este cuento pero qué va: la extraño igual y por lo mismo)

9 de diciembre de 2008

Pensando en morir

Antes que todo, esto no es para que nadie venga y me hable del valor de la vida, ni me proporcione (o trate de) ánimos.
Simplemente es una idea perpetua en mi mente. No quiero llegar a vieja sintiéndome así. Quiero, como dice el dicho, a mi mamá. Quiero alguien incondicional. Que me apoye, que sea mi soporte. No quiero tener que permanecer muda para ahorrarme retos e incomprensiones. Nadie lo será y a nadie se lo debiera pedir, porque es demasiado pedir.
Sentirme bien es grandioso y es aislado. Sentirme como las weas es la tónica de mi vida y estoy cabreada de los vaivenes, de que me miren con pena o rabia.
Quiero a mi mamá, para acurrucarme en su regazo y sentir, después de tantos años, su mano sobre mi cabeza, para sentirme acogida, aunque ande por los suelos, para sentirme querida a pesar de mis pesares. Para no tener que vivir temiendo el abandono.

Quisiera poder ver (como siempre me repetía alguien cuya amistad se esfumó) el vaso medio lleno, para no ahogarme en ese mismo vaso de agua.

Quisiera morir esta noche. Ojalá hubiese lluvia y un fuerte viento que me congelara más allá de lo que ya estoy, dormirme bajo el frío y no despertar.

Quisiera que nadie me preocupara y morir tranquila.

Hoy solo estoy pensando en morir.