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31 de enero de 2012

La Jueza


Érase un día de invierno del año pasado. Una amiga me pidió que la cubriera por si no alcanzaba a llegar a una audiencia de reclamación de paternidad en Rancagua. Dije que bien, que ahí estaría: un punto específico del centro y, si ella no alcanzaba a llegar, yo me iría con sus clientes a hacer la pega a la sexta región. No dormí en toda la noche, tal y como me venía ocurriendo desde el mes pasado. Por lo mismo, no podía ni separar los párpados al momento de levantarme. Creo que no es exageración decir que me duché y maquillé a ojos cerrados. No voy a decir que me peiné igual, porque la verdad es que agarré cera y me embadurné el pelo sin siquiera acercarme a un espejo.
Y, cómo no, mi amiga no llegó, así es que me encaramé en el auto con sus representados y partimos. Primera cosa: nunca te vayas en un auto con desconocidos. El reclamado de paternidad (léase cliente) conducía un automóvil del año. Sí, del año de la reverenda pera. Tenía más ruidos que viejecilla durmiendo. Ruidos que no se apagaron en todo el camino, a pesar que el Sr. conductor gustaba de los ritmos tropicales y los andaba trayendo toditos, con máximo volumen, tanto, que yo no era capaz de escuchar ni lo que iba leyendo ese viernes.
Hasta que por fin, por fin, llegamos. La cabeza me daba vueltas de tanto sueño que tenía, se me hacía agua la espalda por una camita y los oídos me zumbaban como si hubiera traído un panal dentro de la testa.
Luego de un rato, nos llamaron y comenzó la audiencia. Por la parte contraria, la madre. Por el otro, el marido y padre legal del menor y mi cliente, el amante y verdadero padre.  Se abrió audio y comenzó la "parranda". Todos estábamos de acuerdo en todo, lo que en sí es harto raro dentro de cualquier sala de un tribunal de familia. Segunda cosa rara: la magistrado era ¡amable! sí, de no creerlo. No levitaba, no alzaba la voz, daba espacio para que cada cual expusiera lo que creyera conveniente, en un clima de cordialidad insospechado. A mi, que varios jueces me han amenazado con desacato si no me quedaba bien callada, casi se me cae la cartera con comportamientos tan civilizados.
Iba todo parejito, hasta que fue mi turno. Desde mi primera intervención, jamás me nombró como uno espera de un juez. Yo era "la señora". Tuve la tentación de preguntarle si era "la señora que vende papas", o "la señora de fulanito" o tal vez "la señora que se nos coló a la maleta" y está allí sentada, dándoselas de abogado. Me tenía retostada y con la sangre a punto de hervir. Hubiera preferido ser "la vieja conchesumare" para poder pararme de mi asiento como si de mi trasero asomara un resorte y espetarle, enfurecida que yo no era "la señora" o la vieja CSM, que era como me sonaba el mote. Sabe qué? dígame Wilma, Wilmita, Arrué Vivanco Wilma, warrue, WAV, señorita, abogado, colega, lo que se le antoje, pero ¡por favor! deje de sacarme la madre si no quiere que me pare y le saque la cresta aquí mismo. Puros pensamientos sinceros y bienintencionados. En cambio, tuve que ser políticamente correcta, callarme los sesos, rezar mi rezo y llamarla "magistrado", hasta el fin de la audiencia.
Pocas cosas me emputecen tanto como que me digan "señora"
¿Me vio con anillo de matrimonio acaso? ¿o rodeada de chiquillos mocosos saltándome a la cara y llamándome "mami"? NO. Un rotundo no. Entonces, de dónde chucha sacó la genial ocurrencia de decirme "señora"?
Hacía como seis años que no litigaba en Rancagua. Ahora pasarán unos doce (calculo yo no más) para que vuelva. Y si en esa remota, hipotética e imaginaria posibilidad me la vuelvo a encontrar, capaz que para la época pase a ser la "abuelita":
Abuelita, podría identificarse ante el tribunal para que quede registro en audio?
Un momento, traslado a la contraria del incidente interpuesto por la abuelita.
¡Corten audio, que la abuelita está teniendo alguna clase de patatús y se me está subiendo al estrado con espuma saliéndole por entre la comisura de los labios!!!

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