La gravedad

El año pasado me lo pasé escribiendo bocetos literarios de muy dudoso contenido.
Algunos eran simplemente anécdotas o cosas feas que me pasaron y que tomé para autopalanquearme.
Otras veces posteé música, para compartirla con ustedes (no sé por qué me gusta compartir mis extraños gustos y encontrar coincidencias).
En ocasiones, me puse negra como noche sin luna y me perdí tras el espejo abductor que de vez en cuando me toma y se niega a escupirme.
En muchas oportunidades escribí mis infinitas tristezas, presa de la endogenia que siempre intento combatir pero que muchas veces me abate.

Pero invariablemente, consideré los post más cabezones como aquellos dignos de posteridad. Y es que asocio gravedad con sapiencia. Craso error.

Pude ser más lúdica (y pienso serlo) o menos oscura.
Y no soy la única en pensar de este modo perverso.
Esta vez tengo la intención de escribir con fruición sobre todo lo que me venga a la cabeza (y puchas que se ocurren demasiadas cosas que nunca posteo).
Escribir es un placer en sí, compartir es una necesidad (lo hago por acá porque reconozco que soy un verdadero prototipo de personalidad antisocial).

Y la gravedad...la gravedad es parte del juego pero no lo es todo; al menos ya no lo creo así.

Como toda mi vida he mutado, seguiré en la senda del cambio constante. De otro modo me aburro. He mutado el color del pelo, de ojos, de piel. He mutado gustos e incrustaciones mentales. Subo y bajo de peso (hasta que me aparecerán estrías).

En apariencia soy siempre la misma: callada, tranquila, reservada y pesimista.
Pero no soy así realmente. Muchas veces me doy cuenta que llevo un payaso por dentro, que no soy tan ermitaña ni tan tímida como siempre he creído ser. Y tampoco soy tan grave y circunspecta. La inercia ha ido ganando terreno al pasar los años y es hora de desperezarme, sacarme de encima las alfombras de telas de araña que arrastro; alivianar la carga y ser feliz,aunque parezca light, aunque realmente lo sea. Después de todo, lo que queda de cada uno esla forma en que vivió y pensó y siempre temí la opinión de los demás, que nada me vale para encontrar mi rumbo a lo que yo llamo felicidad.
Si me encuentran dispersa o atontorronada, si piensan que soy más bien "livianita" o imbécil de frentón, ya no me puede importar.
Seguro debo estar en la mitad de mi vida (si no es que más) y ya no puedo seguir aprobación, ni que me crean más inteligente o más docta.
Yo soy, yo estoy y tengo que dejar de postergar mi vida y desperezarme de una buena vez.
Basta de ver el vaso medio vacío (como bien dice una amiga).
Es hora de abrir bien los ojos y patalear por mi derecho a vivir y ser como me venga en gana. Basta de complacencias y basta de inundaciones.
Si cada centímetro de mi cuerpo es capaz de cambiar sin que nadie le dé órdenes ¿Cómo voy a ser incapaz de cambiar algo dentro mío, cuando todo lo que me hace falta es reaccionar de una buena vez?
Le corto la soga al lastre y veré qué tan alto y tan lejos llego.