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22 de mayo de 2006

FUMANDO ESCRIBO

Sí, usualmente es así: Prendo uno que otro cancerígeno cilíndrico y me pongo a escribir. No vayan a pensar que me estoy creyendo Hemingway, figurándome en plena guerra civil española. Está bien, acepto que la chaveta está algo suelta pero no la he perdido del todo. Es más, aún no escribo la segunda parte de "por quién doblan las campanas" así es que Dios me libre de perder ahora el tornillo izquierdo, porque no alcanzaría a ver mi obra cúlmine terminada, publicada y multi, multi best-seller; habiendo dado las correspondientes entrevistas al New York Times, The Economist, Ecrán (?) Cosas, Gente, etc, etc.
Obra por la cual seguramente recibiré sendos premios, postularé al Nobel, al frambuesa (nop, ése es al cine y no precisamente honroso), ganaré millo-dólares y me haré famosa, como la reencarnación del barbudo y psicópata escritor.
En fin, lo que queda claro es que me gusta escribir, más que cualquier otra cosa. Lloré a moco tendido a causa de la Reforma Procesal Penal, porque ahora todo es oral y ¡Por Dios que me gustaba escribir tremendas contestaciones rebatiendo hasta las comas del auto acusatorio! Era mi momento jurídico; aquél en que haberme vuelto casi ciega, medio loca y completamente despreocupada de mi aspecto, valía la pena. Cinco años de lo que pareció ser una eterna pasantía por el averno, más otro tiempo de memoria de grado, seis meses de práctica. Ocho años en total, zambullida en unas arenas movedizas que desde siempre me asquearon. Si hasta el pelo se me cayó y mi autoestima perdí en mi pasada por la casa de Portales (¿habrá algo peor, caníbal parricida?).
Interminables penurias para llegar a ser "abogado", asunto del cual jamás hablo, salvo que me lo pregunten directamente. Mucha gente lo sabe, sin embargo, porque mi señor padre se ha encargado de poner al día acerca de mi vida y mi profesión a todo aquel que lo ha debido escuchar (calculo que no son pocos, poque es comerciante y con cada cliente se toma al menos 15 minutos para vomitarle a voluntad todo tipo de temas peliagudos tales como política, religión, moral y, por supuesto, los hijos: Que mi hijo estudió tal carrera y mi hija tal otra, lo que me convierte en ...(¿un soberano bocón?))
Como verán, escribo lo que se me viene a la cabeza y me divierto mucho haciéndolo...ojalá alguien me pagara por esto ¿no habrá algún poderoso cibernauta que desee auspiciarme, o si lo quiere poner en términos más elegantes, existirá algún reputado señor a quien lleguen mis palabras y le toquen el sentido del arte a tal punto que estuviese gentilmente dispuesto a convertirse en mi mecenas?

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